Tras la desaparición de la Monarquía borbónica dos-siciliana en 1860, Francisco II desde su exilio romano del Palacio Farnesio, y sus sucesores en la Jefatura de la Casa Real, mantuvieron viva la Orden Constantiniana, resurgiendo la importancia del estatus de la Primogenitura Farnesiana.
El nuevo Reino de Italia fundado por la Casa de Saboya no intentó la abolición de la Orden Constantiniana. Sólo bajo la dictadura fascista de Mussolini, la Orden se vió amenazada por el Estado italiano. Durante este período en que los Grandes Maestres se habían convertido reyes en el exilio, la Orden iba a experimentar un cambio sustancial: dejando atrás su carácter eminentemente militar, la Sacra Milicia, pasó a reconvertirse en una institución volcada en la asistencia a los desfavorecidos y a las víctimas de la guerra, manteniendo un mismo espíritu de caballería cristiana.
A principios del siglo XX la Orden, bajo los sucesivos magisterios de los príncipes Don Alfonso de las Dos Sicilias, conde de Caserta, y Don Fernando Pío de las Dos Sicilias, duque de Calabria, asumió plenamente con nuevas disposiciones y estatutos su carácter de orden religiosa internacional.