El fervor por la Inmaculada Concepción de María fue acogido en la Península Ibérica desde la Alta Edad Media; sin embargo, no fue sino hasta el 8 de diciembre de 1854 cuando el papa Pío IX proclamó este dogma. El rey Carlos III (1759-1778), ferviente creyente y promotor de esta devoción, había impulsado su culto como rey de las Dos Sicilias, cuando declaró a la Inmaculada patrona de ese reino en 1754.
En este interesante lienzo anónimo italiano de 1760, la Virgen, rodeada por la Corte celestial, protege al monarca arrodillado, mientras se muestra triunfante sobre banderas, naves de guerra y el escudo de armas del rey. Según la tradición, la Inmaculada somete al mal, representado aquí por una cabeza mora degollada, símbolo del destierro musulmán de los territorios hispánicos. La Virgen domina el centro de la composición; la espada del rey toca su escudo dinástico, rodeado por el collar de la Orden del Toisón de Oro y por estandartes, entre los cuales destaca el dedicado a la Purísima Concepción. El monarca ofrece a la Virgen la corona de sus reinos. Un par de angelitos descansan sobre las esferas de dos mundos, unidos por una filacteria que reza: “Utrumque virtute protego” («Protejo a ambos con valor»).
Toda la composición se alza sobre una peana rodeada por cuatro animales que simbolizan los continentes: el caballo representa a Europa, el león a África, el elefante a Asia y el cocodrilo a América. Flanqueando la escena, se encuentran las columnas de Hércules, con capiteles corintios que sostienen coronas de oro; en sus fustes se lee la inscripción: “Patrona universal de los reinos de España”. Los zócalos presentan relieves: uno dedicado a Hércules, como ejemplo de fuerza y virtud, y el otro a Europa, evocando el mito fundacional de su rapto por Zeus.
Hay pinturas y otras representaciones muy similares en esta época, que se corresponden con el inicio del patronazgo sobre los reinos españoles de la Inmaculada Concepción. En efecto, al inicio de su reinado, en 1760, Carlos III inició las gestiones para proclamar a la Inmaculada Concepción como patrona de España. En una carta fechada el 28 de agosto, dirigida al papa Clemente XIII a través de su embajador, el monarca solicitó este reconocimiento. La respuesta papal llegó rápidamente: el 8 de noviembre de 1760, el pontífice emitió el breve Quantum Ornamenti, mediante el cual se concedía el patronazgo solicitado. Bulas posteriores definieron indulgencias, rituales y modificaciones al Misal relacionados con esta proclamación.
En el contexto de este patronazgo, cabe recordar la fundación de la Real y Militar Orden de Carlos III, instituida por el monarca el 19 de septiembre de 1771. Esta orden, estaba compuesta por cincuenta caballeros grandes cruces y doscientos caballeros pensionados, quienes debían superar pruebas similares a las de las antiguas órdenes, como la demostración de limpieza de sangre y nobleza heredada desde los bisabuelos. Esta institución premiaba a destacados miembros de la burocracia del Estado, el ejército, la marina y la Iglesia, constituyendo una élite representativa de la sociedad del siglo XVIII. Es actualmente la más alta condecoración que otorga el Gobierno del Reino de España.
El monarca nombró como patrona de la Orden a la Inmaculada Concepción. Los miembros portan como distintivo una cruz que, en su anverso, muestra la imagen de la Purísima, y en su reverso, una corona real, el nombre del soberano y la frase Virtuti et merito. La banda que sostiene la insignia es de color celeste y blanco, en alusión a la Virgen. Al ingresar, los caballeros juraban: “Juro vivir y morir en nuestra sagrada religión, y defender el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María”.